Tengo tanto miedo de buscarte…
Es que… el oscuro laberinto hacia ti, puede soslayarme. E indefensa quedarme en el intento y sin escape.
Las intenciones no bastan. Los sentimentalismos no tienen cabida, y el miedo… es vergonzoso.
¿Miedo? Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea. Así es. Nada peor que iniciar una contienda sin la certeza de que al menos hay una probabilidad de triunfar.
Ayer, me detuve ante un par de palabras. Ella sabía algo que yo no. Y me ofendí, y me humilló.
Es que… el oscuro laberinto hacia ti, puede soslayarme. E indefensa quedarme en el intento y sin escape.
Las intenciones no bastan. Los sentimentalismos no tienen cabida, y el miedo… es vergonzoso.
¿Miedo? Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea. Así es. Nada peor que iniciar una contienda sin la certeza de que al menos hay una probabilidad de triunfar.
Ayer, me detuve ante un par de palabras. Ella sabía algo que yo no. Y me ofendí, y me humilló.
Y la ignorancia hizo sostenerme en la bolsa plástica enrollada en la mano, caminar oblicua unos cuantos metros, a ciegas buscar la llave correcta y abrir esa puerta, que ojalá hubiese podido derribar a patadas.
Ella habló, yo sólo asentí en un intento fallido de ocultar mis vacíos ante su voz. Seguramente la noche diluyó mis ojos perturbados e hizo imperceptible el movimiento suave de mi boca al tragar la saliva acumulada. La noche ocultó mi verdad; quién era ella para enterarse del más íntimo de mis deseos ¿no?
Una vez en casa, me oculté en la incomodidad de mi cama, en ella los cuestionamientos me encauzaron hacia un desenlace esperable… mi cuerpo retorcido, un par de puños guerreros, un latido a punto de estallar y un calambre fruto de la tensión.
Dijo… “así que se acabó”. Lo que ella no sabe es que para mí nada ha acabado, que para mí, todo está ahí, tal cual como el último día en que escuché su voz tras el teléfono.
Espero que tú, que estás al otro lado de esta historia, sin saber ya quien soy, juzgando sólo por lo que un día vivimos… comprendas este miedo inmenso.
Quién sabe si un día de estos, tomo mi espada, monto mi pingo y llego hasta ti.
Sólo espero poder guardarme las preguntas y abrigarme en tu abrazo.
Ella habló, yo sólo asentí en un intento fallido de ocultar mis vacíos ante su voz. Seguramente la noche diluyó mis ojos perturbados e hizo imperceptible el movimiento suave de mi boca al tragar la saliva acumulada. La noche ocultó mi verdad; quién era ella para enterarse del más íntimo de mis deseos ¿no?
Una vez en casa, me oculté en la incomodidad de mi cama, en ella los cuestionamientos me encauzaron hacia un desenlace esperable… mi cuerpo retorcido, un par de puños guerreros, un latido a punto de estallar y un calambre fruto de la tensión.
Dijo… “así que se acabó”. Lo que ella no sabe es que para mí nada ha acabado, que para mí, todo está ahí, tal cual como el último día en que escuché su voz tras el teléfono.
Espero que tú, que estás al otro lado de esta historia, sin saber ya quien soy, juzgando sólo por lo que un día vivimos… comprendas este miedo inmenso.
Quién sabe si un día de estos, tomo mi espada, monto mi pingo y llego hasta ti.
Sólo espero poder guardarme las preguntas y abrigarme en tu abrazo.
2 comentarios:
Me encanta!
Qué ironía es vivir atrapado en un nombre que no es capaz de seguir su propia sombra... me pregunto si habría podido resistir tus pasos sin quemar mis ojos al contemplar el reflejo de los tuyos... en la distancia del silencio pierdo segundos frente a una imagen sin forma y sin alma... por qué? Esperando qué? No permitas que la sal escape de tus ojos, no permitas que los recuerdos te hagan regresar una vez más...
Publicar un comentario