Una tarde de un día perdido en mi memoria, escribí estas letras, como un deseo irreprimible, de perpetuar un momento que vino a consagrar un ideal que desde hace algún tiempo, intento proclamar como la esencia de todo destino humano: la Libertad.
Una tarde de un día perdido en mi memoria, un hombre llegó a casa con cuatro huevos como obsequio... el Lucho; luego de una larga conversación, no pude más que escribir... en agradecimiento por comprender que tras un rostro cansado hay un hombre sabio, que tras un obsequio hay una simpleza dibujada esta vez, en cuatro huevos; que tras cada historia de vida hay una opción, y por ende un hombre libre.
De aquel día han pasado tres años... hace poco me topé al Lucho, lucía distinto, esta vez dos muletas le guiaban sus pasos, no parecía con la misma energía...; por ello, quizás tarde, quizás temprano... me animo a publicar estas letras en honor a una historia que se verbaliza con una sola palabra: Libertad.
Con cariño y admiración a Luis Muñoz Morales, mi coterráneo apaltino y a través de él a todos los Luchos que de seguro viven más cerca que lejos de un mundo, que muchas veces les arrebata la voz.
A los muchos que soñamos con ser más libres.
C.U.M.



“SIMPLEMENTE LUCHO…”

Su sombrero que un día fue de un mozo sencillo,
sus casi zapatos,
dan a conocer que mucho a recorrido.
Tiene la lengua amplia,
ojos de campo y alma como todos han querido.
Todo un personaje,
aunque su olor y su cuerpo,
se han impregnado de un buen o mal vino.
Su sagrado y humilde saludo jamás ha olvidado
y con sabiduría que sólo le han dado los años y una vida sufrida,
reconoce perfecto, si es querido, odiado o ignorado.
Contemplo su andar y descubro que no le es ingrato
darse lo que para otros es trabajo,
el gusto de detenerse y preguntarte cómo has estado;
Le ha interesado si enojada estoy,
más de una vez coincidió,
pero aquello no tiene importancia si en ese eterno hablar,
no hubiese descubierto que en su bolsillo,
un retrato de María Virgen,
procuraba guardar.
Por tan mística actitud, su conversa me interesó,
y con ojos lagrimosos comenzó a hablar...
hablaba con autoridad, repugnancia y dolor,
me contó que aquel día estaba vivo,
sólo gracias al amor de Dios.
En ese enjuto hombre pude reconocer,
que ni su embriaguez,
ni esa que para nosotros no es vida,
le limitaban su ser.
Poco digno para muchos,
con defectos como todos para mí,
un hombre temeroso, desdichado, pero encantado,
así, le concebí.
Embriagados, muchos. Pero como Lucho ninguno...
a ti hombre borracho,
que con tu vida y andar,
has dado esa lección que pocos descubren,
pero lo afirmo, miles quisieran dar.
Ni ropa, ni comida, ni dinero son tus aliados,
una opción que rechazaste por una copa y un cigarro;
jamás te he imaginado mejor,
aun cuando tu cuerpo, no delata buen cuidado,
tu mirada y tus palabras,
dan años, dicha, experiencia,
que ustedes y yo no hemos alcanzado.
Por ello te reconozco como el mejor complemento de humanidad:

tristeza y felicidad se fusionan en ti,
Pero me pregunto ahora...
¿soñaste alguna vez con una vida más justa
y menos engañosa?
Sabio respondiste que la ibas a alcanzar
una vez dormido, allá en el cielo,
con tu Madre y con tu Dios,
que por tantas te han hecho pasar.
Invitación muchachos,
¡qué roce les falta!
con Lucho no se trata, se rescata.
Y eso, descúbrelo tú,
porque él mira tus ojos
y su buen discurso,
no lo repite, ni lo maltrata.

¡¡Lucho... salu’!!